Angustia y desespero. Es lo único que se permitía sentir en ese momento.
Sus extremidades no respondían, pero el dolor lo hacía retorcerse de manera violenta sobre el suelo de aquel sitio oscuro repleto de humedad y olor a azufre. Parecía el mismísimo limbo.
“¿Estaré pagando por mis pecados?”
Su mente ya estaba casi que convencida de que estaba en el purgatorio. Las voces hicieron acto de presencia en su cabeza a la vez que cada parte de su cuerpo se erizaba.
Quería gritar por ayuda, pero su boca estaba seca y sus cuerdas vocales parecían destruidas tal cual como si hubiera gritado por horas, pero la verdad es que apenas si podía producir algún sonido, lo único que se escuchaba era su respiración cada vez más pesada. Su iris rojo a causa del albinismo se confundía con su esclerótica llena de pequeñas venas a su alrededor. El rojo es un interesante color. A través de sus ojos que ya amenazaban con salirse de sus órbitas se podía observar el terror que lo carcomía por dentro.
Su cuerpo no aguantaba más, sentía que lo quemaban por dentro a la vez que sus huesos parecían romperse de la manera más lenta y tortuosa posible, dolía tanto a tal punto de ya dejar de sentir, parecía adormecido, tenía frío y el dolor de cabeza era casi que insoportable.
Así, tras varios minutos de estar agonizando en el sitio donde se despertó confundido y desnudo, su cuerpo se tensó; todo quedó en completo silencio, el sonido de su respiración era casi nulo. Lo único que se escuchó después fue: - “Benditos sean los condenados”- en un pequeño hilo de voz.
FIN
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