"El último aliento" por Jhonier Gómez

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El aire se hacía cada vez más denso y la fatiga del joven al estar trabajando por horas, complicaba la eficacidad de su trabajo. 


La presencia de vapores tóxicos y la inhalación de ellos por los trabajadores obligaron a evacuar la fábrica. La mitad de los empleados ya se encontraban fuera, sin embargo, un fuerte estruendo dejó sordos a los que aún permanecían dentro. Una chispa, producto de una de las máquinas textiles junto con gases inflamables, habían ocasionado un incendio que rápidamente se expandió hacia el techo y la puerta de evacuación.


La humedad, el poco aire, el humo y los gases fósforo provocaron la angustia y desespero de los trabajadores, quiénes cayeron tendidos al suelo suplicando por ayuda. Los ojos del niño, secos por el humo que deterioraba la capa superficial, originaron el enrojecimiento, impidiéndole una vista clara.


La combustión consumía el poco oxígeno disponible y el joven, ya consciente de que moriría por asfixia, apoyó su espalda en el extremo de una de las máquinas textiles.


El poco aire que llegaba a su sangre, deteriorado, aún más su salud y el único ruido que se escuchaba a excepción del fuego que consumía cada vez más partes de la fábrica, eran las respiraciones agitadas de los trabajadores, pues se sentían incapaces de producir sonido por la sensación de ardor que quemaba sus gargantas.


El sentimiento de desorientación se hacía cada vez más presente en el cuerpo del joven. Su piel se tornaba de un color pálido y morado y su muy limitada visión observaba como muchos de los trabajadores tendidos en el suelo perdían el conocimiento.


Tiempo más tarde el fuego consumía más de la mitad de la fábrica y la fatiga producto de la dilatación de su tráquea, dificultaba incluso su respiración. Sus párpados se sentían cada vez más pesados y su cerebro por falta de oxígeno le pedía cerrar sus ojos.


El sonido inesperado de una sirena de bomberos renovó la esperanza, pero su felicidad fue rápidamente reemplazada por un semblante serio. El joven ahora permanecía apoyado en el suelo con sus brazos en el pecho y sus ojos casi blancos por la pérdida del conocimiento. Los bomberos habían llegado demasiado tarde, pues el niño ya había muerto. Lo último que se escuchó de él fue la exhalación del poco aire en sus pulmones, que fue tan corta, que se hizo imperceptible por el ruido de su entorno.


FIN


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